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La IA y la abogacía. Una profesión ante su mayor transformación histórica

2025/12/27 11:08

Cada vez que me detengo a pensar en el enorme impacto de la inteligencia artificial, me asalta la convicción de que estamos ante el inicio de una nueva era, la de otra “Edad” que se estudiará en los colegios como una clara divisoria de otra etapa. Y, a la vez, descubro un pensamiento que no me es ajeno, pues ya durante mis lecturas juveniles me fascinaban estas posibilidades unificadoras del saber.

Recuerdo la fascinación que me producía el proyecto de Diderot y los enciclopedistas: aquella empresa descomunal que aspiraba a reunir, ordenar y sistematizar todo el conocimiento humano en una sola obra, como si la razón pudiera finalmente domesticar el caos del mundo. Y me preguntaba cómo podían pensar que habían logrado reunir todo cuando, en el mismo instante en que terminaban su texto escrito, un nuevo acontecimiento hacía que quedara incompleto.

Más tarde, fue Borges con “El Aleph”, ese relato donde un punto del espacio —ubicado en el sótano de una casa en la calle Garay— contenía simultáneamente todo el universo, todos los lugares y todos los tiempos, todas las historias y todas las miradas, quien me deslumbró con la idea de reunir todo lo existente.

Hoy, ante la capacidad de la inteligencia artificial de procesar millones de datos dispersos y convertirlos en una trama coherente, ambas imágenes —la enciclopedia de la Ilustración y el Aleph borgeano que permitía verlo todo de una vez— vuelven a adquirir sentido. Lo que antes era un sueño ilustrado o una fantasía literaria aparece insinuado como una posibilidad técnica real. Y, lejos de generar desconfianza, produce en mí una extraña sensación de continuidad con aquellas viejas aspiraciones humanas: comprender, ordenar y unificar.

En los últimos meses, diversas reflexiones vinculadas al mundo del derecho—como las publicadas por el doctor Antonio Boggiano en este mismo diario—, han puesto sobre la mesa una idea que hasta hace pocos años parecía impensada: la posibilidad de que la inteligencia artificial contribuya al desarrollo de una “teoría jurídica del todo”. Un sistema capaz de integrar principios, normas, precedentes y criterios interpretativos en un marco coherente, accesible y previsible. Algo que, para generaciones enteras de juristas, no era más que un ideal inalcanzable.

Si la tecnología logra ordenar de manera consistente millones de sentencias, detectar patrones ocultos, armonizar doctrinas contradictorias y sugerir soluciones normativas más estables, estaríamos frente a un fenómeno de enorme valor institucional.

Previsibilidad, seguridad jurídica y claridad normativa son bienes escasos en la mayor parte de los sistemas legales contemporáneos. Una IA -que irremediablemente irá disminuyendo con el tiempo sus márgenes de falibilidad- que permita integrarlos no sería una amenaza, sino, al contrario, un paso adelante en la consolidación del Estado de derecho.

Sin embargo, este horizonte teórico convive con un impacto más inmediato y concreto: la transformación del ejercicio cotidiano de la abogacía.

La práctica jurídica

La inteligencia artificial afectará de manera diversa a los distintos roles del mundo del derecho.

Hay una precisa distinción en la manera de ejercer la profesión tras la obtención del título de abogado. Están quienes, a través de la docencia, la investigación o la generación de doctrina profundizan el estudio de la ciencia del derecho y aportan nuevas miradas a la normativa jurídica. En este ámbito, la inteligencia artificial permitirá profundizar el análisis de la ciencia jurídica como nunca antes. Facilitará estudios comparados, detectará inconsistencias normativas, acelerará la producción intelectual y abrirá puertas hacia modelos regulatorios más precisos y sofisticados.

También hay quienes asesoran o dictaminan en ámbitos empresariales sin litigar ni representar en juicio, con una actividad muy similar a la anterior, y en la que el estudio y las propuestas contribuyen a la generación de negocios. Aquí, seguramente asistiremos a abogados internos que dejarán de invertir horas interminables en búsquedas jurisprudenciales o análisis repetitivos. Su rol se concentrará más en evaluar riesgos, definir estrategias corporativas y acompañar decisiones de negocios.

Con igual condición de reflexión y análisis están quienes ejercen su rol en el Poder Judicial, resolviendo e interpretando el derecho y procurando equidad frente a planteos o denuncias de partes que pretenden tener razón. Aquí, la herramienta puede convertirse en un instrumento valioso para consultar jurisprudencia local e internacional, uniformar criterios, mejorar la transparencia, detectar contradicciones entre fallos y prever tendencias. No para reemplazar al juez, sino para darle mejores insumos.

Y están también quienes se dedican al arte de abogar, representando intereses, sosteniendo fundamentos en normas o costumbres y argumentando razones por las cuales su asistido merece el aval judicial. Y, como considero que se dará aquí una influencia determinante, habré en adelante de extenderme algo en el análisis.

En todos los ejercicios de la profesión arriba descriptos, cualquiera que se esté habituando al uso de la inteligencia artificial podrá coincidir en que su utilización puede ser un invalorable aporte para mejorar la performance profesional. Sin embargo, al ejercicio de la abogacía le cabe un privilegio distintivo frente a las incumbencias más pasivas de otros roles: la inteligencia artificial nunca podrá reemplazar la negociación, la explicación directa, la argumentación en una audiencia ni el cara a cara que se expresa en un juicio oral, por ejemplo.

Es que especialmente en los litigios acaso reside un límite esencial: la IA jamás sustituirá la relación humana.

Ni el alegato oral, ni el interrogatorio, ni la conversación directa, ni la empatía con el cliente son automatizables. El juicio es un espacio donde el lenguaje, la actitud, la percepción del contexto y los matices emocionales pesan tanto como el contenido jurídico. El vínculo entre abogado, juez y partes es único, y seguirá siéndolo.

En los estudios jurídicos, la transformación más profunda.

Ante esta realidad, y frente a la posibilidad de que la inteligencia artificial genere similitudes de jerarquía entre la profundidad de los dictámenes, escritos, trabajos o argumentaciones que elaboren los abogados, cabe preguntarse si, entonces, en el futuro cercano, los estudios jurídicos se diferenciarán por su capacidad de establecer vínculos y por el nivel de sus relaciones.

Deteniéndonos en esta realidad, observo en la constitución y funcionamiento de los estudios jurídicos tres fenómenos que ya no son futuristas, sino inevitables:

  1. El impacto en los recursos humanos.

Se trata de la arista más compleja y dura. Sin embargo desde mi perspectiva resulta indefectible. Hablo de la influencia en el empleo que va a tener esta nueva situación.

Los estudiantes, los que tienen que dar sus primeros pasos en la profesión y que hasta hoy se ocupaban de la biblioteca, de la búsqueda de información o jurisprudencia o de los primeros bocetos de redacciones, serán fácilmente reemplazables, y esto afectará sus búsquedas laborales y sus pretensiones de experiencia.

  1. La redefinición del trabajo jurídico y de los honorarios

Una parte fundamental del modelo tradicional de los estudios jurídicos se sostiene en el tiempo dedicado a investigar, leer expedientes, redactar escritos, analizar jurisprudencia y preparar estrategias. Esa inversión de horas era, a la vez, un costo real y un argumento visible para el cliente. Ese tiempo justificaba costos y honorarios.

Pero ¿qué sucede cuando gran parte de ese trabajo puede realizarse en segundos? ¿Cómo medir el valor de un escrito cuya primera versión puede ser generada por un sistema inteligente en un minuto? ¿Cómo se define el precio del trabajo jurídico cuando el tiempo deja de ser un indicador?

La irrupción de la IA obliga a un cambio profundo: el abogado dejará de “vender horas” para vender criterio, prudencia, interpretación, responsabilidad y confianza. El diferencial dejará de ser la extensión del trabajo y pasará a ser la calidad del juicio humano aplicado a la información generada por la máquina. Porque, aunque la inteligencia artificial pueda producir textos impecables, jamás reemplazará la capacidad humana de evaluar riesgos, anticipar consecuencias no evidentes, comprender contextos políticos o institucionales, o acompañar emocionalmente decisiones difíciles.

En esta nueva etapa, probablemente emerjan sistemas de honorarios basados en valor, resultado, complejidad o riesgo, más que en el tiempo insumido. La abogacía, en definitiva, podría cobrar menos por lo que “tarda” y más por lo que “evita”, “prevé” o “resuelve”.

3. La nueva forma de distinguirse: el valor del vínculo humano.

Si la IA permite que muchos productos jurídicos —dictámenes, borradores de escritos, análisis de antecedentes— alcancen un nivel similar entre sí, ¿dónde estará la diferencia entre los estudios? Muy probablemente, en las relaciones humanas.

El prestigio, la confianza, la calidad del trato humano, la reputación, la capacidad de interlocución con clientes, magistrados, funcionarios, empresarios y colegas serán activos más relevantes que nunca. En un mundo donde la técnica se nivelará hacia arriba, lo humano será el verdadero diferencial.

La abogacía volverá a poner en primer plano habilidades que la tecnología no puede replicar: la trayectoria, los antecedentes, la empatía, la prudencia, la presencia, la intuición, la capacidad de expresión, el poder de síntesis, la construcción de confianza.

Paradójicamente, cuanto más sofisticada sea la inteligencia artificial, más valioso se volverá aquello que solo un ser humano puede ofrecer.

Una oportunidad para repensar la formación jurídica

Frente a esta transformación, las facultades de Derecho no pueden seguir enseñando como si nada cambiara. ¿Qué sentido tiene el viejo “método del caso” cuando un teléfono produce en segundos diez alternativas argumentales que cualquier estudiante tardaría horas en elaborar?

La academia deberá formar abogados capaces de formular buenas preguntas, interpretar críticamente resultados generados por IA, adoptar decisiones prudentes y asumir responsabilidad por lo que recomiendan. El futuro no requiere menos teoría, sino una teoría acompañada por nuevas destrezas cognitivas, éticas y tecnológicas.

Conclusión: un futuro distinto, no un futuro peor

La inteligencia artificial no es el fin de la abogacía: es su mayor transformación histórica. Viene a liberar tiempo, a mejorar la previsibilidad del sistema jurídico, a dar herramientas más potentes y a revalorizar lo que siempre fue esencial: el criterio humano.

La profesión seguirá siendo imprescindible. Pero será diferente.

Y quizás allí, en ese cambio de paradigma, resida una oportunidad extraordinaria: anticiparse, adaptarse y construir una abogacía más sólida, más humana y más inteligente que garantice el acceso a derechos.

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