Peculiar desde el primer día de vida, nació hace justo setenta años en Buenos Aires... pero en suelo ecuatoriano. Resulta que sus padres, perseguidos políticos, estaban refugiados en la embajada de Ecuador cuando Roberto Pettinato llegó al mundo. Entonces, con semejante carta de presentación, ¿qué se podía esperar? Lo que se podía esperar sucedió, y más también.
Su padre, de quien heredó hasta el nombre, había sido una figura determinante en la dirección nacional de Institutos Penales durante el gobierno de Juan Domingo Perón. Luego del golpe de 1955 debió exiliarse junto a su familia. “Mi niñez fue muy buena, y con respecto a mi viejo, siempre le tuve respeto porque fue un innovador. Hizo reformas al régimen carcelario que fueron estupendas, prohibió el uso del recordado traje a rayas de los presos, y hasta inventó el régimen de visitas íntimas. Todo un personaje, ¿no?”.
Luego de un año y medio en la embajada de Ecuador, la familia Pettinato se trasladó a Quito, poco después a Perú y finalmente a Santiago de Chile. Destinos que marcaron al niño y forjaron al hombre.
De regreso a Buenos Aires, el Colegio Lincoln, el Instituto Cambridge, voley y básquet en el Club Gimnasia y Esgrima, dos años de colimba y el descubrimiento del saxofón. La cabeza de Roberto Pettinato iba a toda velocidad, y lo único que lo calmaba era escribir. Primero fue el fanzine La ballena, después su entrada como colaborador a la revista Expreso Imaginario con seudónimo femenino, y un camino que lo llevó hasta la silla de director, promediando sus veinte años.
Luego del cierre de la publicación siguió escribiendo para Libre, para Satiricón, para Eroticón, en un futuro periodístico que parecía definido. Pero la cabeza, la máquina de escribir y el instrumento ya lo habían cruzado con Luca Prodan, que lo invitó a Sumo. Mirá si iba a decir que no.
“La música de Sumo era un encuentro de millones de tendencias distintas, por eso era una música única, porque era un montón de cosas diferentes. Mi vida también. Lo que pasa es que la gente se come esa película de que si vos sos esto, sos esto. Luca tampoco era así. Luca a veces cantaba una canzonetta napolitana con Sumo, y la gente no decía: ‘Eh viejo, qué barbaridad, esto no puede ser, que me devuelvan la guita de la entrada’. Sumo siempre fue una mezcla, es más, Sumo era la representación de lo que es la vida de un tipo normal en una urbe, como es cualquier gran ciudad (...). Vos podés hacer cualquier cosa en tu vida, después lo que la gente considere que es piola o no, eso ya es un problema de la gente”, decía en retrospectiva.
Pettinato llegó en la última etapa de la banda, período que se cortó abruptamente por la muerte de Luca, el 22 de diciembre de 1987. Y aunque con el tiempo se convirtió en una banda de culto, dicen los que saben que al último show que dieron, en la cancha de Los Andes, no habían ido más de cien personas. “A Sumo lo odiaron siempre. Los músicos nacionales toda la vida dijeron que Luca era un desafinado y que no les gustaba como cantaba. Simplemente, porque no tenía voz de marica. Las tres únicas voces de hombre que hubo en Argentina fueron Javier Martínez, Luca Prodan y Memphis La Blusera [Adrián Otero].. Después están esas preciosas palomitas de la Plaza de Mayo, seudo imitadores de Spinetta, que cantan un desastre y tienen unos timbres espantosos. Y, sin embargo, hay que soportarlos. Recién después empezaron a darse cuenta de que Sumo era un grupo de avanzada. Para ellos era como ir a ver un grupo importado por el precio de uno nacional. Qué vergüenza, qué cultura infernal”.
Mientras sus compañeros de grupo se reinventaban en nuevas formaciones, Roberto Pettinato se fue a España por tres años y algo más. Trabajó en un restaurant, escribió, vivió, sobrevivió, y se juntó con su amigo Guillermo Piccolini para crear el grupo Pachuco Cadáver (también andaría por ahí Willy Crook).
“La base de Pachuco era: primero hacé lo que quieras, y segundo lo que te salga”. Previo a eso, había tenido algún que otro affaire con la televisión y le había gustado, tanto como para refugiarse en sus brazos a su regreso. Tan refugiado y tan rebelde, que pasó del under al mainstream sin (des)peinarse. De la contracultura del Zero Bar a cortar manzanas con Gerardo Sofovich en La noche del domingo. ¿Inexplicable? Para nada. Pettinato siempre estuvo por encima de las etiquetas, y cuando en los 90 la transgresión se volvió una, él simplemente se la arrancó y siguió con su vida.
“Hay gente que defiende a Gerardo porque trabaja con él -le contaba el conductor a LA NACION en 1997-. Hay otros que lo defienden porque piensan que de esa manera pueden llegar a trabajar con él. Yo creo que soy uno de los pocos casos que simplemente digo la verdad de cómo me fue, y me fue muy bien. Me enseñó que la televisión es algo muy serio. No se pueden cometer errores ni barbaridades. Si vos preparás algo, tenés que tener cierto sentido de la responsabilidad. ¿No viste cómo le sale La noche del domingo? El tipo tiene un timing perfecto porque tiene todo arregladito. Y guarda que te equivoques o le pongas mal un cartel. Es un estilo supernorteamericano. Lo que pasa es que él no lo sabe. Yo siempre le decía: ‘Gerardo, usted es como Ed Sullivan o como Johnny Carson’. Todo está súper preparado. Frank Sinatra no canta improvisando arriba de la orquesta, el tipo prepara. Gerardo me decía: ‘Lo importante es el remate’, la frase final. Vamos improvisando, pero tenemos el comienzo y el final. Gerardo me enseñó que se puede improvisar hasta cierto punto, siempre con la responsabilidad de saber que hay gente del otro lado que puede estar disfrutando tu genialidad o comiendo la porquería del día porque no le preparaste bien tu parte”.
Rebelde sin pausa, Mirá quién canta (reformulación del Si lo sabe, cante, de Roberto Galán), 360, todo para ver, Duro de acostar (un late night de cuando todavía no se llamaban “late night”, que fue un éxito en la medianoche de Telefe, reafirmando el horario inaugurado por Marcelo Tinelli), Orsai a la medianoche, Todos al diván, Orsai, la leyenda continua, Indomables, después Duro de domar… Para los +40, todos programas emblemáticos que colaboraron a que Pettinato instalara en pantalla una impronta, que sería clave en la televisión de los 90. Y eso sin contar la radio, algo de ficción, y hasta una pelea, entre exagerada y mediática, con otro rebelde de la época: Mario Pergolini.
“Fui exiliado de la Rock & Pop durante un cuarto de siglo. Cuando estaban las grandes figuras todo el mundo me decía: ‘Petti, ¿por qué no estás vos en esa radio?’. Con el tiempo nos dimos cuenta de quién era el pequeñísimo que no quería competencia ahí adentro. No lo nombro para que no cambie mi suerte”.
Los cruces entre Roberto Pettinato y Mario Pergolini comenzaron a finales de la década del 90 y continúan hasta hoy. El más reciente fue en ocasión del debut de Otro día perdido, encendido por la declaración del ex Sumo a Intrusos: “Nunca lo vi, ni antes ni ahora. Ese día estaba mirando La voz argentina. Él dijo ‘nunca voy a volver’, pero cuando se decidió dijo: ‘Lo más a mano que tengo es un programa como el de Roberto’. Son programas muy difíciles de hacer, porque para hacer un Late Night Show tenés que ser el Late Night Show. El mundo del espectáculo es como una mosca nadando en champán, se vuelve loca con las burbujas, pero no ve que se está ahogando. Hay gente que se mete en cosas que no son. Dijo que pidió plata, y otra cosa no creo que pueda pedir porque Dios ya no lo escucha. ¿Qué va a pedir? ¿Talento? Perdió esa oportunidad, Dios se la dio en La TV Ataca. Si las críticas vienen de mí, él tiene que aprender y decir: ‘qué suerte que Pettinato se fijó en mí’”.
Entre los muchos capítulos previos, con espíritu de pica adolescente, se destaca el episodio de 2013, cuando Pettinato ocupó la silla de Mario en CQC: “Es el programa que hacía yo, pero con una producción descomunal. CQC es lo que hice toda la vida sin plata. Por ejemplo, Que parezca un accidente es la misma intención conceptual, pero hecha con cuatro amigos y dos camaritas que había comprado”. Y ya que estaba, no faltó alguna ironía para el canal: “Seguramente me convocaron del canal porque Guido Kaczka tenía ocho programas que hacer con las prendas que dejó abandonadas Silvio Soldán”. Mario, por su parte, entre muchas chicanas, lo acusó de haberle copiado a Jorge Guinzburg el formato de La Biblia y el Calefón para hacer Todos al diván.
La virulencia entre ambos alimentó 25 años de programas de espectáculos. Aunque fue, en general, de la cámara para afuera, porque puertas adentro se han dedicado elogios mutuos, han compartido alguna que otra reunión laboral, e incluso hubo proyectos en carpeta que, si bien no llegaron a buen puerto, tenían el nombre de los dos.
En pantalla era seductor, magnético, brillante, para muchos el mejor de la camada de conductores que aterrizó en la televisión de este siglo. Sin embargo, un día la estrella de Roberto Pettinato comenzó a perder brillo; y sus trajes, color. Cuando su imagen quedó en el centro del debate público, luego de que varias compañeras de trabajo lo acusaran mediáticamente de maltrato, y hasta acoso.
Mariela Anchipi, Karina Mazzocco, Martina Soto Pose, Josefina Pouso, Emilia Claudeville, Fernanda Iglesias, Lola Bezerra o Maju Lozano, fueron algunas de las mujeres que señalaron públicamente al conductor en los últimos años, en declaraciones que redundaron en una fuerte condena social, que tuvo su principal cámara de resonancia en redes.
Maltrato, acoso, situaciones realmente desagradables, contadas en primera persona por cada una de ellas, minaron la imagen risueña y transgresora del conductor, revelando un lado B, hasta entonces impensado para sus fans.
Al principio, Pettinato decidió no hablar. Y cuando lo hizo fue para esgrimir una defensa, que podría resumirse en esta nota que le dio a Socios del espectáculo en 2024: “Es un error muy grave que se hable de ‘denuncias’. Una cosa es denunciar y otra señalar, una cosa es acusación y otra denuncia. Denuncia no hubo porque estuve años parado en Tribunales esperando a ver a dónde estaban las denuncias”. Al mismo tiempo, Pettinato comenzó a tomar distancia del ojo público, al punto de declarar: “No necesito más de los medios, ni los medios me necesitan a mí”.
Por un tiempo le sirvió, hasta que la realidad llevó su apellido nuevamente a primera plana, esta vez por dos de sus hijos. En 2022, se produjo un incendio en la casa de Felipe Pettinato, en el que falleció el neurólogo Melchor Rodrigo.
Felipe estuvo varios meses internado en un instituto de rehabilitación. La causa que investiga lo que sucedió en el departamento todavía está abierta. Al respecto, Roberto declaró: “No creo que vaya a terminar en la cárcel, pero sí tiene un juicio por delante. A mí no me gustaba (el terapeuta). No era una buena persona. ¿Viste esos médicos raros? Pero bueno, Felipe lo quería, pero yo nunca lo quise. Era un tipo que le daba pastillas y no sé... Fue un accidente, y para mí sigue siéndolo. Felipe no solo lo quería y adoraba, lo extraña. Lo loco no es Felipe, sino que justamente un neurólogo profesional esté metido en esa historia, un tipo súper profesional. ¿Qué hacía ahí? Nunca lo entendí”. Previo al incidente, a comienzos de este año, Felipe Pettinato también fue declarado culpable en una causa de abuso a una menor de edad.
Su hija Tamara, por otra parte, también fue involuntaria responsable de que el apellido volviera a quedar en el centro de la escena mediática, cuando aparecieron dos videos que la vinculaban con el entonces presidente, Alberto Fernández. “Obvio que me tomó de sorpresa -le confesaba Pettinato a Intrusos, a comienzos de este año-, yo decía ‘¡Esto no es verdad!’. Me lo contó ella primero y yo le dije: ‘¿Qué Alberto?’. Linda pareja, la cagada es que él no era Kennedy, pero Tamara era una buena Marilyn Monroe. Qué sé yo, también, como me decía Tamara, fue la primera mujer cancelada. Tuvieron un affaire, seguramente. Cuando la empezaron a meter en la política y todo, ella no tenía nada que ver. Son cosas que pasaron. Tampoco hay que demonizarla”.
Con menos pantalla, pero acostumbrado a surfear cualquier maremoto que se le ponga delante, en estos días Pettinato fue nuevamente noticia por una serie de declaraciones que hizo con respecto a la música folclórica. En su programa de streaming, En una con Pettinato, el conductor se sinceró: “Tengo un problema y sé que mucha gente también lo tiene, y no lo podemos resolver. Nos avergüenza. A mí me avergüenzan todas las divisiones que tiene el folclore. Y lo digo con vergüenza, que eso es lo peor, lo digo con vergüenza de que me avergüence. Lo he hablado con Ricardio (Mollo), aparecen un montón de tipos con quenas y bombos, y digo: no sé si tiene algo que ver... Y ahí viene el tema. ¿Soy yo el que no lo entiende? El folclore, el charanguito, el bombito…”. La opinión, tan válida como la de cualquiera, despertó la ira de los fundamentalistas, que pusieron exageradamente el grito en el cielo. ¿Estuvo bien cómo lo dijo? Quién sabe… ¿Era para rasgarse las vestiduras y que el mismísimo gobernador de Salta le dijera que hablaba “boludeces”? La verdad que no.
Setenta años, “setenta veces siete”, Roberto Pettinato cambia de década, pero se mantiene en sus trece. “No esperen algo muy serio de mí. Nací en la Embajada de Ecuador y juré la bandera como colimba con (Carlos Guillermo) Suárez Mason. Así que hay instantes en este país en el que no tengo prejuicios: desconfío de todo el mundo por igual”.


