Santiago del Estero fue la primera escala de Racing tras recibir el golpe que lo dejó sin su mayor ilusión: la Copa Libertadores. En el norte argentino, con la tristeza latente por haber tropezado en la semifinal del máximo certamen de Sudamérica ante el poderoso Flamengo –a la postre campeón-, el plantel de la Academia debía salir a la cancha frente a Central Córdoba.
Cinco días antes, en Avellaneda, el grupo de jugadores dirigidos por Gustavo Costas había experimentado su mayor dolor en un ciclo signado por la épica y las alegrías. Con un nudo en la garganta y sin contener las lágrimas, Luciano Vietto se lamentaba en el camarín que está debajo de las tribunas del Cilindro porque Agustín Rossi, arquero y figura del Mengão aquella noche, le había sacado un remate con destino de gol en el último minuto.
El delantero cordobés, otro valor surgido del predio Tita Mattiussi, soñaba como el resto de sus compañeros con darle otra Libertadores al club cuyo escudo había besado al festejar un gol contra Aldosivi. Esa insignia enorme, pintada al costado del campo de juego y lindero al banco de suplentes local, es vigilada en cada partido por Costas.
El técnico cuida que nadie pise los colores de su alma. La caída en la serie con Flamengo también lo había impactado a él. “Defraudé a mi gente”, había llegado a decir Costas, quien pese a tener una herida en carne viva se encargó de reimpulsar al grupo, con el que logró una conexión que va más allá de tácticas y estrategias.
En el estadio Madre de Ciudades, el padre de este Racing voraz que piensa en voz alta en la palabra campeón en cada certamen que afronta, lo hizo de nuevo: empezó a motivar y enfocar a sus dirigidos para ir por la gloria en el Clausura. Así, el certamen que lógicamente había quedado en un segundo plano durante el intento de conquista continental, se transformó en el nuevo combustible que pondría en marcha al equipo.
Cuando la adversidad amenaza, el grupo de jugadores -que se transforman en hermanos dentro de la cancha- se fortalece. Movilizados porque el entrenador demuestra en hechos el respaldo que les procura también ante los micrófonos, los futbolistas encararon el duelo con el Ferroviario como la primera estación hacia un nuevo destino: el Clausura.
“Cuando no estuvimos unidos, nos fue para la mierda (sic). Por eso tenemos que seguir todos juntos”, había reflexionado Costas, minutos después de consumada la despedida en la Libertadores. Diego Milito, el ídolo que desde diciembre del año pasado se transformó en presidente, rompió el silencio en Santiago del Estero, donde reveló que le había comunicado al técnico que quería renovarle el contrato.
“Le ofrecimos a Gustavo poder continuar un año más con nosotros. Estamos muy contentos y muy conformes, creemos que éste es el camino. Esperamos, una vez finalizado el campeonato, que él lo decida y podamos rubricar un año más de contrato”, anunció Milito aquel 3 de noviembre, cuando también afirmó que Costas estaba “sumergido en el campeonato, porque el objetivo es llegar a la final”.
Racing, sin un lugar garantizado en los playoffs, tenía la difícil tarea de abstraerse del duelo por la pérdida internacional y llevarse puntos de Santiago, donde el margen de error era mínimo: luego recibiría a Defensa y Justicia, a puertas cerradas, y cerraría la fase regular como visitante de Newell’s.
Para sumarle complejidades al encuentro, no tenía a figuras imprescindibles como Santiago Sosa, Adrián Martínez y Gabriel Rojas, quien jugó desgarrado con Flamengo. Tampoco estaban en la convocatoria Franco Pardo, Marcos Rojo, Tomás Conechny ni Matías Zaracho. Todos los ausentes se habían lesionado -o extenuado- durante (o antes) del cruce por la Libertadores.
“Estoy orgulloso de ustedes”, les repetía Costas a los suyos, mientras preparaba un equipo sin algunos de los baluartes y una buena parte de averiados producto del trajín físico y emocional acumulado. Sus once en ese partido fueron Facundo Cambeses; Gastón Martirena, Nazareno Colombo, Agustín García Basso, Facundo Mura; Bruno Zuculini; Santiago Solari, Juan Nardoni, Vietto, Duván Vergara; y Adrián Balboa.
El empate sin goles que se llevó la Academia no garantizaba la clasificación a octavos de final, pero sí otorgaba una certeza más valiosa que esa unidad reflejada en la tabla: era un punto de partida para intentar cicatrizar lo mejor posible. “Quiero un campeonato que cierre mi herida” profesa un himno que nació en los 90 en la tribuna académica, en días en los que se acumulaban las decepciones y los años sin títulos a nivel doméstico.
Pasó apenas algo más de un mes, y el Racing de Costas retorna a Santiago del Estero con un objetivo tan grande como la ilusión de una multitud que copará la ciudad -y sitios aledaños- para alentarlo. El regreso, además, será con una formación en la que dirán presente varios de los titulares que en noviembre no pudieron jugar.
Santiago Sosa, que en aquel 0-0 ante Central Córdoba recién transitaba la primera semana posterior a operarse de una cuádruple fractura del malar derecho, se pondrá la máscara protectora, la cinta de capitán y encabezará la fila rumbo al campo de juego.
Él, que se había recluido algunos días en Mercedes por el dolor de la grave lesión y del adiós en la Libertadores, es una síntesis del proceso que atravesó el plantel: se recuperó antes de lo esperado. Racing, como su capitán, podría haber dado por cerrado el año luego de la serie con Flamengo. Pero en vez de que aquella eliminación fuera el final del ciclo, está otra vez en la cartelera de una final, con cuatro victorias y tres empates en la ruta. Y con la posibilidad, victoria mediante, de regresar a la Copa Libertadores.
“La historia la escriben los que ganan”, arengó Costas después de vencer a Boca, en la Bombonera, y sacar pasajes a la definición en Santiago del Estero. En Asunción. En Río de Janeiro, o en la ciudad que es cuna del Chango Cárdenas, autor del gol más importante de la historia de la Academia, el objetivo de este grupo es el mismo: ir por más gloria.


