Sin maquillaje / arlamont@msn.com / 5 de diciembre de 2025
CIENTÍFICO ¿Desde cuándo usamos la palabra “científico”? R: Desde 1834. Durante siglos, quienes estudiaban el mundo natural eran llamados “filósofos naturales” o “hombres de ciencia”, términos que reflejaban una visión fragmentada y, a menudo, excluyente. Pero ese año, el académico inglés William Whewell propuso una palabra nueva: “científico”, inspirándose en el trabajo de Mary Somerville, matemática y divulgadora escocesa. Somerville había publicado sobre la conexión de las ciencias físicas, una obra que unificaba distintas ramas del conocimiento en una sola narrativa accesible. Whewell, al reseñar el libro, entendió que la ciencia ya no era un conjunto de islas, sino un continente interconectado. Así nació el término “científico”, como quien crea arte con distintos medios: física, química, astronomía… todas buscando comprender el mundo. La palabra no sólo nombró una profesión. Nombró una vocación colectiva. ALGO NUEVO ¿Por qué sentimos placer al aprender algo nuevo, le pasa a usted, don Alfredo? R: Porque el cerebro lo celebra. Aprender activa circuitos de recompensa similares a los del alimento o el afecto. Cuando descubrimos una idea, una conexión, una explicación que antes no teníamos, el cuerpo libera dopamina: la molécula del entusiasmo. En México, donde la conversación cotidiana mezcla historia, refranes, ciencia y farándula, aprender no es sólo académico: es social. Compartir un dato curioso en la sobremesa, entender un fenómeno natural, recordar una palabra antigua… todo eso nos conecta. Aprender es pertenecer. Y en tiempos de sobreinformación, encontrar algo que realmente nos sorprenda es como hallar una flor en medio del concreto. Nos recuerda que aún hay misterio. Y que aún somos capaces de asombro. Diariamente, de fortuna. NOMBRANDO ¿Por qué importa cómo nombramos las profesiones? ¿No es demasiado esfuerzo? R. Porque el lenguaje construye realidad. Decir “hombre de ciencia” excluye. Decir “científico” incluye. Las palabras que usamos para nombrar profesiones, talentos o roles sociales definen quién tiene permiso para imaginarse ahí. Y, durante siglos, muchas personas quedaron fuera por cómo se hablaba de ellas. En México, esto se refleja en cómo nombramos a las mujeres en cargos públicos, a los jóvenes en espacios técnicos, a los migrantes en profesiones calificadas. Cambiar el lenguaje no es corrección política: es justicia simbólica. Cuando decimos “ingeniera”, “doctora”, “artista”, “científica”, estamos abriendo puertas que antes estaban cerradas por gramática. Nombrar bien es incluir. Y eso también es ciencia social. ARTE Y CIENCIA ¿Puede un artista ser también un científico? R. Absolutamente. La ciencia y el arte comparten más de lo que parece: observación, experimentación, sensibilidad y búsqueda de patrones. Un artista analiza la luz, el color, la forma. Un científico, también. La diferencia está en el lenguaje, no en la intención. Mary Somerville lo entendió bien: describió la ciencia como una red de conexiones, no como una torre de marfil. En México, donde la creatividad convive con la lógica en cada oficio —del bordado al diseño, de la cocina a la arquitectura—, esta dualidad es cotidiana. Ser artista no excluye ser científico. Ser curioso es el punto de partida. La pregunta no es si se puede. La pregunta es por qué seguimos separando lo que el alma ya unió. Columnista: Alfredo La Mont IIIImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
Excelsior2025/12/05 17:01