El miedo es fiel acompañante del torero; es un sentimiento asumido que lo acompaña y se vuelve parte de la vida diaria de quien entiende la existencia mirando de frente a la muerte. Siempre está ahí, rondando el pensamiento: a veces como idea constante, y en ocasiones al fondo de la cabeza; pero siempre habita en la mente y en el corazón, y se manifiesta en ese extraño vacío en el estómago.
Días antes de un gran compromiso, ronda de manera constante la idea de los distintos escenarios posibles que pueden presentarse durante la corrida. Al llegar el día, la rutina previa a vestir de luces, por momentos, asfixia al torero. La incertidumbre es quizá el sentimiento más duro con el que debe convivir. El miedo lo conoce, es su acompañante, sabe cómo es su relación con él; pero la incertidumbre es cruel: juega con la mente, genera inseguridad, provoca pensamientos oscuros y obliga al torero a controlarse para conectar con el artista que todos llevan dentro, sea cual sea su expresión.
La habitación del hotel es un claustro en el que el torero toma al hombre; este se viste de héroe. El silencio se escucha a kilómetros de distancia. La intensidad del momento solo es llevadera para seres privilegiados, como lo fueron los centuriones romanos, siempre dispuestos a honrar su esencia, su disciplina y el honor de ser.
Enfundado en el vestido de torear, el torero viaja ya acompañado solo de su miedo, que en parte es físico: el riesgo que asume con dignidad, dispuesto incluso a morir por el toreo. El verdadero pavor es al fracaso, al ridículo, a no estar a la altura de lo grandioso que es ser torero.
Ya en la plaza, los momentos más incómodos se viven en el patio de cuadrillas, donde, ante alternantes y rivales, se miden con miradas desafiantes: desde los vestidos hasta las formas de estar y de cargar la tremenda angustia previa al paseíllo.
Al sonar parches y metales, ha comenzado el ritual y surge la grandeza de una cultura centenaria: la tauromaquia.
El toro, venerado desde los tiempos de Creta, aguarda también en soledad, con la nobleza de saberse poderoso, desafiante, amado y temido a la vez. El ganadero padece igualmente la angustia y la impotencia de ser ya en la plaza un mero espectador, con la responsabilidad del deber cumplido. Años de trabajo, sacrificio, sueños y desvelos están en los pitones de cada toro.
Al salir al ruedo toro y torero, comienza la magia. Podemos vivir el milagro del toreo. Cada tarde, en cada plaza, existe esa posibilidad. Esa es la incertidumbre del aficionado: el deseo de revivir la emoción que nos hizo amar al toro, admirar a los toreros y asumir los valores de este ritual en tiempos de desvalores, de corrientes ideológicas absurdas y de falta de honor.
Ha salido el toro del 26. ¿Cómo nos irá este año? Tenemos la incertidumbre del toreo ahora, en el primer día. Estamos preparados, pero hay muchas variantes que no controlamos. Estamos en el patio de cuadrillas, con el capote liado, pensando si hemos hecho bien los deberes y si seremos capaces de lidiar la complejidad de las distintas situaciones que el calendario nos presente.
Al 25 ya lo arrastran las mulillas. Fue un año taurino bueno, en el sentido de que la gente, por lo general, está yendo a las plazas cuando los carteles le resultan atractivos. Seguimos padeciendo la falta de bravura de muchos encierros; en cuanto el toro embiste, los toreros triunfan, y aquí lo hemos comentado en distintas ocasiones. La gente defiende su libertad asistiendo a las ferias y a las plazas.
Lo negativo fue la brutal traición de 60 diputados capitalinos que, por pagarse favores y corruptelas entre ellos, decidieron “proponer” un absurdo reglamento taurino, sin pies ni cabeza, como casi todo lo que hacen y proponen. Liderados por la prohibicionista Clara Brugada, quien cree que hacer videos forzados, con guiones hipócritas y mintiéndonos en la cara, dando mentiras por verdades, la convierte en una buena política; nada más alejado de la verdad y de la realidad.
Sin pensarlo, le quitaron tráfico de comensales a cientos de restaurantes en la zona de la Plaza México y cortaron de tajo la derrama económica en la Benito Juárez. Hoteles y restaurantes padecen hoy la ocurrencia de intentar prohibir los toros. Ya lo dijo la señora Presidenta: “prohibido prohibir”. No podemos vivir en un México sin libertad. Vivimos un panorama lleno de incertidumbre por la inseguridad y por una globalización que parece querer orillarnos a un mundo que, está comprobado, no mejora la vida de la gente. Pretenden crear una manada de borregos que estiren la mano sin pensar, limitando su futuro y su potencial.
El toro 26 no se ve fácil. Debemos ser los mejores toreros que nuestro corazón y nuestro valor permitan. Desde arriba, nuestra Virgen de Guadalupe debe echar un capote urgente. México es un país maravilloso; debemos evitar la división, asumir nuestro deber y, juntos, hacer de este país una faena de orejas y rabo, con verdad, sin mentiras, con honor, sin resentimientos ni complejos.
Le deseo, amigo lector, el mejor año de lo que lleva de vida; que tenga usted salud plena, trabajo abundante y un país en paz.
