Turistas inglesas se sacan fotos en el puente Santa Trinitá.Turistas inglesas se sacan fotos en el puente Santa Trinitá.

La ciudad que fue cuna del Renacimiento, es sinónimo de arte y guarda increíbles tesoros

2025/12/25 14:00

Aprendí a aprovechar a los amigos que tengo en el lugar al que viajo.

Natalina Piccolo es siciliana, vive hace una década en Colle di Val d’Elsa, en la Toscana, y conoce muy bien Florencia, la capital de la región. Cuando tiene un rato libre se escapa a tomar un café o un Aperol en la plaza Santo Spirito. Llegar le lleva unos 40 minutos, pero la brisa fiorentina lo vale.

Entonces le escribo antes de viajar para que me ayude a pensar circuitos originales que burlen –como si eso fuera posible– los grupos de turistas que caminan medio pegados atrás de una sombrilla.

Lograr algo así durante la temporada alta –y perteneciendo, una misma, a la especie turista– es casi un milagro. Sin embargo, hay tantas iglesias que vale la pena intentarlo. Quién sabe, a lo mejor, el milagro. Por eso le escribo a Nata, que responde enseguida con una propuesta audaz:

En el día haría el recorrido que, desde San Miniato, baja al Piazzale Michelangelo, y de allí caminaría hasta el Forte Belvedere y bajaría por el barrio de San Niccolò hasta llegar al Ponte Vecchio y, sin cruzar el río, me mantendría en el Oltrarno, hacia Santo Spirito y su plaza, donde siempre hay mercado de algo. La fachada es del Brunelleschi; adentro es una de las pocas iglesias barrocas de Florencia y, en la sacristía, por € 2 podés ver un crucifijo de Michelangelo, de cuando él tenía unos 17 años. Hermoso.

El barrio de San Niccolò, Santo Spirito y San Frediano pertenecen a lo que se llama el Oltrarno, como el Southbank en Londres o la Rive Gauche en París. Hay artesanos, locales de antigüedades, tiendas vintage, osterias, trattorias: es muy lindo y una de las partes más vivibles de la ciudad.

El marido de Nata es argentino. Vivieron 10 años en Buenos Aires, donde tuvieron a sus hijas, y luego de 10 años volvieron a Italia y se instalaron en la Toscana. Leo el mensaje y escucho su acento.

Lo primero que llama la atención de la propuesta es el foco en el Oltrarno. Abro el mapa y lo busco. Sigo con el cursor el recorrido y sumo los jardines Boboli.

Lo segundo que llama la atención y que se relaciona con lo anterior es que no incluye nada del otro lado del río Arno, en el centro storico, tan aclamado por su belleza. ¿Los turistas anulan la belleza de los lugares? Cuando camine por ahí lo entenderé: los italianos se apropian de sitios aliviados de gente, por más que no tengan vista al Duomo. Incluso si están fuera de la Porta Romana. Agendo la propuesta y marco horarios tentativos que trataré de cumplir.

Vista de la ciudad desde Villa Bardini, con la cúpula del Duomo.

Además de escribirle a Nata, antes de viajar, estudio: leo sobre el Renacimiento, ese movimiento artístico e intelectual en el que floreció el humanismo. Siglos XV y XVI, dos períodos identificados como el Quattrocento, centrado en Florencia, y el Cinquecento, con foco en Roma.

Escucho un podcast sobre los Médici, la dinastía de comerciantes que gobernó la ciudad durante 300 años y fomentó el mecenazgo de los artistas que produjeron las obras más importantes del Renacimiento, como Leonardo, Botticelli y Miguel Ángel. También apadrinaron a Galileo, que explicó la teoría de la gravedad y la iglesia lo acusó de hereje.

Me bajo un libro sobre las villas italianas y sus jardines, de Edith Warthon, la escritora estadounidense que se enamoró de Italia a principios del siglo XX. Anoto esta frase: “El jardín italiano no existe por sus flores; sus flores existen para él. Son un complemento tardío e infrecuente de sus bellezas, una gracia entre paréntesis que cuenta sólo como un toque más en el efecto general del encanto”. La recordaré al caminar por la avenida de cipreses en los jardines de Boboli.

Puentes sobre el Arno

Es una tarde de verano de temperatura ideal y, en lugar de tomar un taxi, voy del aeropuerto al centro en tranvía. La gente entra en los bares o vuelve a sus casas después de un día de trabajo. Gente que vive en un lugar al que otros venimos de visita. ¿Serán conscientes del privilegio o estarán hartos?

A medida que el tranvía se acerca a la estación Santa María Novella, aparece la monumentalidad con contundencia. Esta tarde no entraré en ningún edificio; esta tarde: fachadas, contornos, tejados y alturas que despuntan, como el Bargello, antiguamente una cárcel, es hoy un museo con una gran colección de esculturas.

A la catedral Santa María del Fiore, conocida como il Duomo, la veo a lo lejos, antes de cruzar el puente Santa Trinidad, que se llama así por la iglesia vecina, en la via Tornabuoni, la calle de la alta moda, donde está el Museo Ferragamo, frente a la basílica gótica de Santa Trinidad.

Me detengo en la mitad para ver otro puente, el más famoso de la ciudad, el Ponte Vecchio, construido en 1345, que permanece habitado hasta hoy. En este momento alguien abre los postigos y se asoma a la ventana de una de las llamadas casas colgantes (la mayoría son tiendas y oficinas). Hace siglos, el puente alojaba a los carniceros y pescaderos, que tiraban los desperdicios malolientes al río. Un Médici se quejó y mandó cambiar de rubro por el de los joyeros y orfebres, que continúan hasta hoy.

En el piso superior del puente, hay un pasadizo que fue secreto. Lo construyó Giorgio Vasari en 1565, a pedido de Cosimo I de Médici, para poder pasar sin ser vistos desde el Palazzo Vecchio hasta el Palazzo Pitti, que se transformó en la nueva residencia oficial de la familia. Para distinguir el pasadizo –Corridoio Vasariano– en el paisaje, es preciso saber que está ahí, justo encima de los arcos. Tiene poco más de un kilómetro y, por dentro, está lleno de retratos en las paredes. Después de años cerrado, reabrió en diciembre y se puede visitar.

En Florencia hay siete puentes sobre el Arno, todos de piedra. El Ponte Vecchio es el único que sobrevivió a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Algunos creen que después de visitar Florencia en 1938, y quedar impactado con la belleza, Hitler decidió salvarlo. Según otra teoría más reciente, un vecino habría desactivado los explosivos.

Apenas llegué hace unas horas y ya sé que el puente donde estoy ahora, que no es el Vecchio, sino el Santa Trinità, será mi preferido. Como si agradeciera esa preferencia, después de una tormenta con cielos dramáticos, el puente me regalará un arcoíris doble sobre el perfil de piedra arenisca. En este viaje no tengo tiempo de navegar con los renaioli, los antiguos recolectores de arena para la construcción de los edificios de la ciudad y pescadores del Arno, que hacen paseos turísticos.

Vuelvo a mirar el río: el Arno nace en los Apeninos y luego de casi 250 kilómetros desemboca en el Mar de Liguria. No sólo divide la ciudad en dos partes, también es vital para la agricultura de la región Toscana y, por momentos, una fuerza destructiva: mañana me contarán sobre la terrible inundación de 1966.

Ya cayó el sol y fue un día largo. Bien podría quedarme en el hotel, pero la excitación de estar en la ciudad de Dante, la que conmovió a Stendhal, me lleva a salir para hacer una caminata nocturna y probar la vera pizza.

Voy sin mapa por el Oltrarno, doblo en la calle que mi piace, sin plan. Hasta el siglo XV, cuando los Médici compraron el Palacio Pitti, era la zona popular de la ciudad. Veo una fuente en la esquina: el agua brota por la boca gorda de una criatura con melena de león. Paso por la gelateria Sbrino y frente a una cabina de foto automática, el único lugar con una fila de jóvenes que esperan para sacarse una instantánea.

Mientras camino, recuerdo las lecturas sobre el Renacimiento, el momento de ruptura con el Medioevo. Hay un cambio de foco a partir de un hombre nuevo, el Homo universalis, el Homo modernus, que será el protagonista de todas las cosas y tendrá los valores y el estilo del mundo grecorromano, el pensamiento clásico.

“El hombre como modelo del cosmos”, expresó Leonardo. Todavía no existe la palabra humanismo –surgirá a principios del siglo XIX–, pero mediante el estudio de las humanidades ya se practicaban las “facultades del ser humano”. El máximo esplendor del Renacimiento es durante la dinastía de los Médici, principalmente con Cosimo I (1389-1464) y Lorenzo El Magnífico (1449-1492), los padres de este movimiento revolucionario que se exportó desde Italia hacia otras partes del continente europeo.

La gramática, la retórica, la poesía, la belleza, la filosofía: sobre esas disciplinas medito cuando llego a Munaciello, la pizzería recomendada. Basta entrar y ver el forno de leña y la foto de Maradona para sentirme en casa. Pasan las bandejas con masas tostadas de bordes altos y suspendo cualquier pensamiento que no tenga que ver con qué pizza pedir. Gana la más simple: la Margarita, por el producto estrella: el pomodoro. Creada por un pizzaiolo (pizzero) napolitano en honor a la reina, lleva tomate, mozzarella y albahaca, los colores de la bandera italiana y una combinación simple, fresca, perfecta.

Esta noche no cruzo el Arno. Reservo el casco histórico como si fuera el as de espadas. Mañana bien temprano, antes de que despierten los tours, cruzaré por el puente Santa Trinità para ir directo al Duomo.

Ahora es tarde y vuelvo a Villa Cora, el palacio donde me hospedo por esto del mejor trabajo del mundo. Al llegar, encuentro un mensaje de Natalina: “¿Ya estás acá? Tengo más datos para pasarte”.

Esa frase reverbera al caminar a la cama con las pantuflas fucsias que me dejaron sobre un lienzo fino. ¿Más lugares? ¿Nuevos datos? No me va a alcanzar el tiempo. Me quedo dormida con el mapa en la mano, envuelta en sábanas de miles de hilos de algodón egipcio.

La fachada del Duomo, la catedral Santa María del Fiore.

Duomo & Co.

Santa María del Fiore se impone como una presencia sólida, visible desde tantas esquinas y calles medievales y palacios y torres. Con fachada de mármol de Carrara –un lugar que queda aquí, en la Toscana–, y la cúpula espectacular que diseñó Brunelleschi. El Duomo está ahí acompañado por el Campanario y el Baptisterio, y una fila larguísima de turistas que esperan para entrar. Menos mal que agendé un tour para visitarlo porque hay tantas distracciones arquitectónicas y mundanas que si no tuviera un horario prefijado quizás no lograría llegar.

La visita dura cerca de tres horas y es en español. La conduce Gloria, una guía italiana que no sólo sabe, también cuenta con pasión. La seguimos por el interior de la catedral de Florencia. Lo primero que explica es que con el mismo ticket podremos visitar el Baptisterio y subir al Campanario, la torre de 85 metros, con vistas excepcionales (tenemos tres días para usarlo). Ahora caminamos por el piso de mármol policromo con diseños geométricos que engañan al ojo. Terminaron de colocarlo a mediados del 1600, luego de más de un siglo de trabajo. En esos tiempos, la construcción era colaborativa: la empezaba un arquitecto en estilo gótico y desde atrás para tener el altar lo más pronto posible, y la terminaba otro, tres siglos más tarde, durante el Renacimiento. En el medio pasaban cosas, como una inundación (“El río es nuestra belleza y nuestra tragedia”, dice Gloria); la Peste Negra de 1348, la muerte de viejos arquitectos y el nacimiento de futuros arquitectos.

Así se construyó una de las catedrales más grandes de la cristiandad que, en 1418, todavía no tenía cúpula. Entonces, se llamó a concurso y lo ganó Filippo Brunelleschi. El problema más grande era cómo se sostendría la cúpula y el arquitecto encontró una solución de la que muchos, por no decir todos, desconfiaron: la cúpula –de 45 m de diámetro y 100 m de alto– se sostendría por sí misma.

Gloria cuenta detalles y la escuchamos perfecto por los auriculares, mientras caminamos debajo de la cúpula, para ver los frescos de Giorgio Vasari –el mismo del corredor secreto– con más de 700 figuras representadas, todo a media luz.

El esfuerzo y el gasto en esta catedral simbolizan el poderío de los Médici y de Florencia, la ciudad que, entre 1865 y 1871, durante el proceso de unificación conocido como Risorgimento, fue capital de Italia.

A comienzos de 1500, los Médici conquistaron el papado: Giovanni de Médici, hijo de Lorenzo, fue León X y se caracterizó por la venta de indulgencias: perdonaba los pecados a cambio de dinero. Desde ahí y hasta 1605, los Médici dieron cuatro papas a la iglesia y, en ese tiempo, comenzaron a perder poder hasta agotarse el linaje, en 1737.

Santa María Novella, una basílica espectacular para visitar.

La historia está llena de pliegues, como tendrían los ropajes espesos y voluptuosos de aquellos años. Las referencias que da Gloria son extensas y se puede seguir leyendo. También, se puede hacer una pausa y comer un panino en los muros que contienen el Arno. Paso por el Mercado Central, en el barrio de San Lorenzo, para conseguirlo. Entro por el lateral, donde preparan los panini de porchetta, que de diminutivo no tienen nada. El tano que corta el cerdo me hace un gesto para que le muestre la palma de la mano y le hago caso. Entonces corta un trozo generoso de carne deshuesada y condimentada con ajo, orégano, romero, hinojo y sal, tan tierna que se deshace en mi mano, que, inmediatamente, está vacía y grasienta, y quiere más.

Antes de entrar en la Galleria degli Uffizi camino un rato a orillas del río, donde antiguamente crecían lirios y por eso Florencia es la ciudad del lirio (giglio): forma parte de su identidad y del escudo.

Es un día radiante y, después de algunas cuadras, llego hasta otro mercado, el de Sant ‘Ambrogio, menos turístico, con puestos, restaurantes y un mercado de pulgas enfrente. Deambulo por el barrio que conserva una pátina de autenticidad. Pido un café en Mantra, lo prepara Roberta y le sale perfecto. Lo tomo mientras leo las nuevas recomendaciones de Natalina que llegaron al celular, todas de este lado del Arno, en el centro.

Una de ellas es el Mercato de S’Ambrogio. ¡Cumplida, Nata! Aquí estoy. Otra: Santa María Novella y Borgo Ognissanti, donde iré mañana, igual que a la Fontana del Porcellino y a la Piazza della Signoria.

Después de la pausa camino hasta gli Uffizi para entrar en el horario previamente reservado. Uno podría quedarse horas en esta galería, días, toda la vida y no terminaría de ver una de las colecciones de arte más importantes y grandes del mundo. Para no caminar como zombie por salas y salas llenas de gente –es la pinacoteca más visitada de Italia–, hice un plan de visita. ¿Qué me interesa? ¿Giotto, Botticelli y Caravaggio? ¿Le sumo Lucas Cranach y La Anunciación, de Leonardo da Vinci? ¿Y la escultura de niño que se saca una espina, del siglo I a.C.? ¿Y la nariz del duque de Urbino de Piero della Francesca? El sitio oficial tiene buenas recomendaciones sobre los hits. Esto no me lo recomendó nadie, surge espontáneamente: mirar el Ponte Vecchio desde las ventanas de los Uffizi, y la majestuosa torre de Arnolfo (el diseñador) del Palazzo Vecchio desde el café al aire libre. Antiguamente, se llamaba Palazzo della Signoria, como la plaza, pero cuando los Médici se mudaron al Palazzo Pitti fue el viejo palacio y así nació vecchio. Veo el reloj enorme de la torre colocado la primera vez en 1353 y reemplazado en 1667. El tiempo es el mejor hilo conductor de esta ciudad.

La simetría de Boboli

Arranco el día en los jardines de Boboli, ni bien abren a las 8.15. Pocos turistas a esta hora. Todavía no hace calor, los jardineros riegan y el verde huele más. Boboli es un jardín renacentista que Leonor de Toledo, esposa de Cosimo I, quiso tener cuando se mudaron al Palazzo Pitti. Compró el terreno aledaño y lo mandó a diseñar. Como en las iglesias, en Boboli también trabajaron varios arquitectos paisajistas que se sucedieron y tuvieron que adaptar sus ideas al terreno con ondulaciones pronunciadas.

Fuentes, parterres, un lago con isla, un anfiteatro, simetría y terrazas con vistas hacia las colinas que rodean la ciudad, donde todavía existen villas con jardines privados. También, ofrece una panorámica abierta de la ciudad y sus iconos y cúpulas. En un sendero encuentro una construcción con una inscripción esculpida en la piedra: Scritorio del capo giardinero. Toco la puerta para felicitarlo, pero no hay nadie. No creo que sea la primera con esa idea: los jardines están abiertos al público desde 1766.

Resulta difícil cumplir con el plan del día: cada edificio puede ser un desvío; en todas las cuadras veo una foto (no sé por qué me sorprendo a la noche, cuando vea en el celular que caminé 17 kilómetros): el chef de Crocs amarillas que sale por la puerta trasera del restaurante, visiblemente agotado después del servicio en temporada alta, y se sienta en una silla a fumar; el japonés con sombrero de explorador que mete la mano dentro de la boca del jabalí de bronce. Según la leyenda, hay que tocarle el hocico para tener suerte. A él no le basta tocar: tiene media mano adentro de la boca. Da la impresión de que en cualquier minuto el porcellino lo morderá.

Más imágenes: la familia de Florida con dos hijas adolescentes que pasean vestidas de fiesta; la pareja que intenta abrir las buchette del vino, unas ventanitas o pequeñas puertas desde donde se despachaba vino a granel. Comenzaron a usarse después de la peste bubónica, para evitar el contacto y los contagios. También eran una forma de no pagar impuestos. En la pared de la heladería Vivoli –famosa por el affogato, y los sabores no tradicionales, como arroz, o imbatibles, como el pistacchio– hay una de esas antiguas buchette.

Corte de pasto en los jardines de Villa Bardini.

Llego a la Piazza della Signoria, paso la estatua dorada del inglés Thomas J. Price –instalada en 2025– de una chica que consulta, aburrida, su celular, y me abro paso entre la masa turística para llegar a la réplica del David. Muchísima gente le saca fotos: ¿Sabrán que no es el original? ¿Importa que no lo sea?

Durante tres siglos, el David de Miguel Ángel estuvo expuesto en este mismo lugar, en la entrada al Palazzo Vecchio, y fue un símbolo de la ciudad. En 1873, para protegerlo (había recibido un rayo), lo trasladaron a la galería de L’Accademia.

Algunas décadas más tarde colocaron la réplica, también de mármol, que dialoga con la estatua de Hércules, que encarna la fuerza y vence a Caco, mitad hombre y mitad monstruo que vomita humo y fuego.

Más allá, las esculturas del Pórtico de Lanzi, una galería gótica. No puedo sacar la vista de Perseo con la cabeza de Medusa en una mano y, en la otra, la espada. Benvenuto Cellini, el creador, describió su fundición como un momento de intensa fiebre y llamas en el taller. Habla de la “alta inspiración” y de un “relámpago cegador” que dio vida a Perseo.

El síndrome del viajero

Tengo en la mochila el diario de Stendhal en Florencia, un extracto de su libro Florencia, Roma y Nápoles, publicado por primera vez en 1817. Se llama Síndrome del viajero (Gadir Editorial), como fue descripta su reacción ante la belleza inabarcable que veía en la ciudad y que lo hizo temblar y hasta perder el equilibrio.

Escribe: “Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca, la tocaba por así decir. […] Saliendo de la Santa Croce, me latía con fuerza el corazón; sentía aquello que en Berlín denominan nervios; la vida se había agotado en mí, andaba con miedo a caerme”.

Varias veces durante el viaje me sorprendo pensando en él, incluso hablándole, como si le escribiera cartas en el viento. Ayer le comenté cómo cambiaron los tiempos. En su época había menos turistas, los primeros que salían a hacer el grand tour.

En estos tiempos hiper estimulados, de atención fragmentada y distracciones, la belleza se escapa, y es necesario atravesar mil capas para conectar, y siento que me voy a desmayar, pero por lo opuesto a Stendhal: lo que no puedo ver.

Otras veces, la belleza entra fácil como un jugo detox y me lanzo por los caminos infinitos de la interpretación y veo el cuadro sin marco: me muevo en un terreno de libertad profunda y es una sensación maravillosa que en un pestañeo puede desaparecer, como esas ideas que si no se anotan rápido desaparecen.

Camino hacia el Piazzale Michelangelo para ver el atardecer sobre los tejados y las cúpulas y el Arno, un ritual que sigue de moda. Hace un rato llovió y, ahora, otra vez el sol. Sigo caminando, siempre hacia arriba. Somos muchos, parecemos peregrinos. Llego y tengo suerte: encuentro un lugar en la balaustrada y me siento con una pierna de cada lado para no caerme.

En un momento dejo de prestar atención a los turistas que llegan con cajas de pizza y bolsas de Zara. Miro hacia el río y ya no puedo mirar para otro lado: el agua toma el tinte dorado de la tarde y entiendo el oro en las aureolas de los ángeles de Giotto y de Tiziano. Pintaban la gloria del sol.

No se me acelera el corazón ni tengo los mareos que cuenta Stendhal en el libro, pero envuelta de murmullos extranjeros, me imagino el tiempo de los Médici y siento nostalgia de una época que se enfocaba en el ser humano.

De eso hablaré esta noche con Natalina, que viene desde su pueblo para compartir la última cena. Hablaremos del Renacimiento y del crucifijo que talló Miguel Ángel cuando era adolescente, y también de cómo va la vida y de las ganas de hacer más viajes italianos. Salute!

Jardines de Boboli

Datos útiles

Dónde dormir

  • Villa Cora Viale Machiavelli 18. T: + 39 055 228790. El mejor hotel posible en esta ciudad con tantísimas opciones. En el distrito de Oltrarno, pegado a los jardines de Boboli, es un palacio del siglo XIX con 43 habitaciones de lujo. Dobles desde € 900 en temporada alta. En baja, € 450.
  • Hotel S4 Piazza dell’Indipendenza, 11. T: + 39 055 538 9624. Un hotel práctico y funcional cerca de la estación Santa María Novella. El precio de la habitación incluye el desayuno y una copa de Prosecco de bienvenida. La empresa tiene otra propiedad (Il Santo) en otra ubicación, también en la Plaza Independencia. Dobles, desde € 75.

Dónde comer

  • Osteria del cinghiale bianco Borgo San Iacopo, 43r. T: + 39 055 215706. La osteria –bodegón– de Marco Maselli prepara comida toscana y está especializada en platos con jabalí (cinghiale). Los platos de pasta, como el papardelle al ragú de cinghiale rondan los €16 a €19. El postre que más sale: la pannacotta con frutos del bosque.
  • Trattoria 4 Leoni Via dei Vellutini 1r. T: + 39 055 218562. En un callejón escondido, una trattoria pequeña y hermosa con muy buenas pastas –deliciosos los ravioles de calabaza y queso Pecorino– y vinos locales. Se puede comer en la terraza. Los platos rondan los €18.
  • I’ Brindellone Piazza Piattellina 10. T: + 39 055 217879. Trattoria auténtica, con comidas de la Nonna. Un buen lugar para probar el plato más famoso de Florencia: bistecca alla Fiorentina. También pasta con trufas. Excelente relación calidad precio: alrededor de €30 por persona. El lugar es pequeño, mejor reservar.
  • Pizzeria O Munaciello Via Maffia 31r. T: + 39 055 287198. La foto de Diego Maradona ocupa un lugar central en esta pizzería napolitana –¡con horno a leña!– del Oltrarno. Además de las clásicas, como la Margarita, tienen pizzas de autor, con combinaciones novedosas. Más de un argentino se decide por la Maradona, una pizza que representa una cancha de fútbol: con rúcula (el pasto), tomates cherry (los jugadores) y un 10 de jamón crudo. Abre solo por la noche.
  • Heladería La Carraia Piazza Nazario Sauro, 25 r. Frente al puente La Carraia, una heladería familiar que comenzó a elaborar y vender en 1990. Tiene sabores originales y deliciosos, por eso suele haber gente esperando. También preparan postres y tortas heladas. Abrió una sucursal en la Santa Croce.
  • Heladeria Vivoli Via dell’Isola delle Stinche 7r. T: + 39 055 292334. Desde 1930 la misma familia produce este helado artesanal delicioso, cuatro generaciones que comenzaron con una lechería.

Paseos y excursiones

  • Tres vistas El primer mirador indispensable es, por supuesto, el Campanario de Giotto de la catedral. Para llegar hasta arriba se suben 400 escalones. En algunos tramos es muy empinado y con el techo cerca. Claustrofóbicos, abstenerse o animarse: las vistas desde la terraza –a pesar de las rejas cuadriculadas por donde apenas pasa el objetivo de la cámara– son increíbles. Desde las ventanas biseladas de la Galleria degli Uffizi se puede admirar el Ponte Vecchio, perfecto, con las canoas que pasan cada tanto. Del otro lado del Arno, una panorámica clásica y preciosa se logra desde el Piazzale Michelangelo y, también, desde el vecino Forte Belvedere con entrada gratuita. Se recomienda al atardecer. Se llegan a ver casi todos los puentes sobre el Arno. Mejor llegar con tiempo porque se llena. Yapa: Precioso skyline de la ciudad desde Villa Bardini, una villa con jardines y museo que también se puede visitar con la misma entrada de los jardines de Boboli.
  • Jardines de Boboli Detrás del Palazzo Pitti, se inauguraron en 1776, luego de más de dos siglos de construcción. Para recorrerlos con la calma que merece un jardín extenso y bello como este –con estatuas antiguas y renacentistas que se suman al catálogo de árboles– mejor contar con dos horas mínimo. Es posible planificar la visita y ver de antemano por qué entrada llegar y por dónde salir. La entrada se reserva en la misma página que la Galleria degli Uffizi. € 10.
  • Santa María del Fiore Piazza del Duomo. T: +39 055 230 2885. La visita central de la ciudad. El tour en español que ofrece Civitatis es muy completo y evita filas. Incluye la visita guiada de la catedral y la cúpula, que dura alrededor de tres horas. €95. www.civitatis.com. Con el mismo ticket es posible visitar, en las próximas 72 horas y por cuenta propia, el Baptisterio, el Campanile, la Cripta y el Museo de la Ópera. Para los que no tomen el tour, hay pases –Brunelleschi, Giotto y Ghiberti– con distintas opciones de visita y precios desde €15 (sin cúpula). La entrada a la catedral es gratuita.
  • Galleria degli Uffizi Piazzale degli Uffizi 6. T: + 39 055 294 833. La galería ocupa dos pisos del edificio que construyó Giorgio Vasari entre 1560 y 1580. Atesora una extraordinaria colección de pintura y escultura desde el medioevo hasta la modernidad. Entre € 25 y € 40 si se incluye la visita al Corredor Vasariano.
  • Palazzo Vecchio Piazza della Signoria. T: + 39 055 2768325. El monumento símbolo de la ciudad y sede del Ayuntamiento de Florencia hace siglos. En una visita se puede apreciar la arquitectura –se terminó de construir en 1322– y las obras de arte de grandes maestros del Renacimiento. También, subir a la torre de Arnolfo (el nombre del constructor, Arnolfo di Cambio), de casi cien metros. Desde € 10.
  • Palazzo Strozzi Piazza degli Strozzi 50. T: + 39 055 264 5155. Para muchos, el edificio que mejor representa el estilo renacentista. Actualmente y hasta enero de 2026 se expone Fra Angelico, una muestra dedicada al gran artista florentino. € 15.
  • Palazzo Pitti Piazza de Pitti 1. T: +39 055 294883. Comprado en 1550 por Cosimo I, el palacio fue la sede de la familia Médici que había consolidado su poder en la Toscana. Actualmente alberga cinco museos: el Tesoro de los Grandes Duques y el Museo de Iconos Rusos; la Capilla Palatina, la Galería Palatina y los Apartamentos Imperiales y Reales; la Galería de Arte Moderno y el Museo de la Moda y el Traje. Las entradas se reservan en la misma página web que los Uffizi, y cuestan €16 y €22 con los jardines de Boboli.
  • Villa Bardini Costa S. Giorgio 2. Con la misma entrada para los jardines de Boboli es posible acceder a esta villa preciosa, con jardines y buenísimas vistas de la ciudad. Tiene un café en una terraza, perfecto para días con buen clima. En verano proyectan cine al aire libre.
  • Museo Casa de Dante Via Santa Margherita, 1. T: +39 055 219416. Fundado en 1960 para el 700 aniversario del nacimiento de Dante. En tres pisos cuenta tramos de la vida, la personalidad y el contexto histórico del gran autor de la literatura de todos los tiempos. € 8.
  • Basílica de Santa María Novella Piazza di Santa Maria Novella 18. T: + 39 055 219257. Visita imperdible. Y una sorpresa por la belleza de los frescos restaurados y en restauración de Filippino Lippi, Botticelli, entre otros grandes artistas; la maravillosa cruz de Giotto y el crucifijo de Brunelleschi. La entrada incluye la visita a los claustros (de Los Muertos y Verde), también con frescos, dos capillas y el cementerio. € 7.
  • Basílica Santa Croce Piazza Santa Croce. De líneas góticas, la Santa Croce se construyó durante casi dos siglos convirtiéndose en la iglesia franciscana más grande del mundo. Las obras del interior –de Giotto, Brunelleschi y Vasari entre otros– son impactantes. En la basílica están las tumbas de Galileo, Maquiavelo y Miguel Ángel. Si bien se puede ver el cenotafio de Dante, sus restos están en Ravena donde murió exiliado. € 10.
  • Basílica de Santo Spirito Piazza de Santo Spirito 30. T: + 39 055 210030. En el Oltrarno, la basílica renacentista –diseñada por Brunelleschi– preside una plaza preciosa y un lindo barrio para pasear. Los miércoles hay feria de ropa y suelen vender productos de lino a buen precio. La entrada es gratuita. Para ver el crucifijo de Miguel Ángel hay que pagar €2. Consultar antes los horarios de apertura porque cambian (si hay misa no es posible visitar el salón donde está el crucifijo).
  • Mercado Central Via dell’ Ariento. En el barrio de San Lorenzo, es un mercado diseñado en 1874. Tiene la impronta de los mercados parisinos de hierro y cristal, como Les Halles. Si bien es súper turístico, también se venden frutas y verduras, carne y provisiones para locales. Los vendedores suelen ser amables. En el piso de arriba hay buenas opciones para comer y, también, clases de cocina. Para probar, al paso: panini relleno de lampredoto fiorentino. Lunes a viernes, de 7 a 17; sábado, 7 a 17.
  • Mercado de San Ambrogio Piazza Lorenzo Ghiberti. T: + 39 055 718 8208. También, un mercado de fines del siglo XIX. Temprano se puede ver a la gente del barrio eligiendo frutas y verduras. Adentro tiene algunos restaurantes. Enfrente, un mercadito de pulgas. Lunes a sábado, de 7 a 14.
  • Museo Galileo Piazza de Giudici 1. T: + 39 055 265311. Colección de instrumentos científicos de los Médici en varias salas, a orillas del Arno. Una de las piezas más preciadas es el astrolabio de Galileo, que durante mucho tiempo se conservó en el museo Uffizi. € 13.
  • Renaioli Via Tomaso Campanella 33. T: + 39 347 798 2356. Paseo guiado de una hora en la antigua barcaza de pescadores y recolectores de arena del Arno. Parte desde el Ponte alle Grazie. € 25. Solo entre el 1º de julio y el 30 de septiembre; reservas vía web.
  • Más información www.italia.it www.cultura.comune.fi.it
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